“Temprano levantó la muerte el vuelo.” Miguel Hernández
En los campos de Gaza sueña el grito: “¿Qué haré sin tus pestañas negras? Solo. Solo me deja el afilado alambre de tu Ley prófuga. Pestañas negras entre claveles yacen estiradas donde danzaba ayer el viento y olas mecían nuestros besos. No fui yo el que rompió la copa. El vidrio estalló ciego en autobús contra las paredes y escribe letras negras de la ira, negras, como eran negras tus pestañas. ¿Qué haré yo, habibati, sin rozar tus palabras, sin tu verbo mosaico hermano mío? Caíste al abismo, gacela amada, oscuro, como oscuro se tiñe el aire que respiro, como oscura la tierra que habitamos y negra el alma como eran negras tus pestañas negras. ¿Qué haré yo sin poder besar tus labios que ya están fríos? ¿Qué sin asir tus dedos en tu Sderot los días de mercado? No atendimos la voz que entre lamentos el búho apostado en su otero nos lanzaba, que sólo había ojos y manos y pestañas, negras pestañas tuyas, pétalos de la luz que me cegaba. ¿Qué haré yo sin tu sangre en las entrañas? Se derramó como agua al golpear los sauces, se derramó y quedó el cuerpo vacío cuando quedó callado y en silencio eterno, para siempre.” Ya el narciso se ahoga en el rocío esparcido sobre la tierra y sólo quedan ojos o piedras el día de Wasit, mientras los cuervos vuelan disfrazados. Los siete brazos de la muerte lucen su victoria entre espectros. Y la voz corre entre las tumbas lúgubre. Y la voz corre entre las tumbas vivas.
Aguadulce, junio de 2010