Beatriz Galindo «La Latina»

Beatriz Galindo, llamada la Latina, es la humanista más conocida, y probablemente de las más importantes, entre el grupo de las llamadas «docta puellae», o «mujeres sabias de la corte de Isabel la Católica». Este grupo constituye un fenómeno tan brillante como breve, pues nacido, por un lado, bajo el impulso que el Humanismo y el Renacimiento dieron al estudio de la cultura y de las lenguas clásicas, y, por otro, de la actitud favorable a la educación de las mujeres mostrado por una reina que disponía de una biblioteca de más de 250 volúmenes y comenzó a estudiar la lengua latina con 30 años, sería prematuramente agostado por las ideas impuestas por la Contrarreforma.
Sin embargo, la biografía de la que fuera maestra de latín de la reina, fundadora de conventos y hospitales, amada y recordada por el pueblo de Madrid, a uno de cuyos distritos aún da nombre, ofrecía hasta hace poco, datos escasos y, a veces, contradictorios o al menos no suficientemente contrastados documentalmente. En los últimos años, investigaciones, llevadas a cabo, preferentemente por historiadoras, han arrojado algo más de luz sobre algunos aspectos de su vida, sobre todo, desde que entra al servicio de la reina, pues de sus primeros años y de su época de formación aún no pueden ofrecerse datos ciertos.
Nació Beatriz Galindo en 1465 (para otros en 1475) en Salamanca, la Nueva Atenas según Pedro M. de Anglería y «madre de todas las artes liberales y todas las virtudes», según el erudito italiano Lucio Marineo Sículo. Su padre fue un hidalgo de origen italiano, Juan López de Gricio, o Grizio -Beatriz tomaría el apellido de la madre, cuyo nombre no consta documentalmente, o de la abuela , como era usual en la época-, sin gran fortuna, pues será su hija la que después fundará mayorazgos. Tuvo, al menos, otro hermano, Gaspar de Grizio, que fue secretario de la reina Isabel.
Sobre su formación en la lengua latina no se pueden ofrecer datos documentales, aunque parece ser que por su gran inteligencia estuvo destinada en un principio a la vida monástica. Se ha apuntado que su primer maestro pudo ser un tío suyo, probablemente clérigo. También se ha escrito, aunque no ha podido demostrarse, que pudo recibir clases de Antonio de Nebrija en Salamanca. Como quiera que fuese, su pasión por el estudio fue temprana y la acompañaría toda su vida.
Algunos datos no contrastados sostienen que Beatriz Galindo impartió clases de latín en la Universidad de Salamanca. Quizás lo hizo como lectora invitada a alguna cátedra, como era usual hacer con personas doctas aunque no perteneciesen a la institución, pues no se ha encontrado documento alguno donde conste su nombramiento.
La fama de su extraordinaria preparación llegó hasta la reina Isabel que la llamó a la corte, quizás impulsada por Lucio Marineo Sículo, que pudo haberla conocido en Salamanca, para que le enseñara la lengua latina.
La reina Isabel quiso, en efecto, completar una deficiente formación en latín para desarrollar sus actividades diplomáticas en igualdad de condiciones con su esposo, el rey Fernando, que sí había sido educado en el dominio del latín en la corte de su padre Juan II de Aragón. Beatriz, su maestra, tendría apenas 16 años y, si hemos de hacer caso de su retrato, era una joven de tez blanca y ojos oscuros y expresivos. La llamada de la reina cambió su destino monacal pues desde ese momento acompañaría a la reina, impartiendo sus clases en palacio o en la tienda real, según las necesidades de una corte de carácter itinerante que visitaba distintos reinos, a veces en situaciones de asedio o de guerra.
Beatriz Galindo estuvo junto a la reina Isabel hasta su muerte en 1504 acompañándola incluso en el duro y largo viaje desde Medina del Campo hasta Granada, donde la soberana quiso ser enterrada. Fue también maestra de sus hijas Isabel, Juana , María y Catalina, que después llegaría a ser reina de Inglaterra. Pero además de ser su profesora de latín, la reina la mantuvo a su lado, quizás para llevar su correspondencia, como camarera mayor o incluso como consejera, según sostienen Marineo Sículo y otros contemporáneos, aunque Salazar y Castro no la incluye en su lista. De cualquier modo, los conocimientos que Beatriz Galindo tenía de las cuestiones de estado no pueden ponerse en duda, como refleja el hecho de que, ya muerta la reina, el rey Fernando se dirija a ella en una carta, cuya copia se conseva, para preguntarle dónde podía estar archivado cierto pleito entre un promotor fiscal y las villas de Lepe y Ayamonte.
La reina, como una muestra más de su aprecio por su maestra se había ocupado de su matrimonio y casándola con un viudo, que le doblaba la edad y padre de seis hijos, Francisco Ramírez de Madrid, destacado capitán y secretario del Consejo del Rey, y apodado El Artillero por sus conocimientos y avances en la invención de proyectiles. La boda se celebró en 1495 y del matrimonio nacieron dos hijos, Fernán, apadrinado por el rey Fernando y Nufrio (Onofre). Muerto en batalla en la Serranía de Ronda en 1501, sus hazañas merecieron estos versos de Lope de Vega en La Jerusalén conquistada, en los que también se alude a su esposa Beatriz Galindo en términos muy elogiosos:
» Capitán General murió en Granada
a manos de los moros, cuya vida
honró a Madrid, pero la más honrada
patria, ¡cuán presto el sacrificio olvida!
Su querida Beatriz, su prenda amada,
por segunda Nicostrata tenida,
célebre vivirá de gente en gente,
en nombre de Latina eternamente.»
Beatriz Galindo, que había visto aumentada su hacienda, gracias a las donaciones de la reina y a su propio trabajo, instituyó dos mayorazgos en 1504, en beneficio de sus dos hijos. En el documento, expedido por los reyes, escribe unas palabras inusuales en la época, que reflejan la conciencia de su propio valer y del origen de su patrimonio:
«[…] que los bienes que yo he e tengo los he avido de merçedes e donaciones de Sus Altezas, por mi industria, estudios y trabajos, quiero y es mi voluntad de hazer dos mayorazgos.»
Beatriz Galindo tenía 36 años cuando enviudó y desde entonces alternó sus obligaciones junto a la reina con la fundación de los conventos de la Concepción Franciscana y de la Concepción Jerónima, en los que se impartían clases para mujeres sin recursos, así como del llamado Hospital de los Pobres, conocido después como hospital de La Latina. Se conserva abundante documentación relativa a estas fundaciones donde se pone de manifiesto la contribución de la reina a estas empresas, así como la prodigiosa capacidad de administración y organización de Beatriz Galindo, que se refleja hasta en los más pequeños detalles y que puede observarse en las estrictas y solidarias normas de sus estatutos, desde que sólo pudieran ser acogidos los pobres, o que no abandonaran la institución hasta tener un trabajo para no acabar en la mendicidad, hasta hacer trasladar un matadero cercano para evitar malos olores a sus acogidos.
Desde la muerte de la reina, se recluyó, en régimen de clausura mitigada, en el convento de la Concepción Jerónima y, después, en el de la Concepción Francisca, en los que vivió con gran austeridad, entregada a sus fundaciones benéficas y al estudio. Se le atribuyen, aparte del testamento, el estudio Notas y Comentarios sobre Aristóteles, dos cartas en latín y algunos poemas, notables y conocidos en su época, también en latín, pero excepto del primero, no ha quedado constancia textual alguna. En el inventario de la biblioteca de la reina hay una referencia sobre «un libro pequeño de pergamino, escripto de mano en latín»; como trataba de Aristóteles y era un manuscristo en latín, se ha apuntado que quizás pudiera tratarse del citado estudio de Beatriz Galindo sobre el filósofo griego que su autora habría regalado a la soberana.
En su testamento, redactado en noviembre de 1534, aparecen nuevas muestras de su austeridad en las instrucciones para su sepelio, y de su independencia en la toma de decisiones, que sus descendientes no debían criticar:
«[…] como a un pobre de los que mueren en el hospital y que no tañan campanas algunas al volar del monasterio o parroquia donde yo muriese y que no haya hachas, y que ninguno traiga luto por mí, y el oficio sea como cuando muere una religiosa. […] Declaro que todo lo que he gastado en los edificios y dotaciones de los monasterios y hospital ha sido de algunas mercedes que la Reina Nuestra señora, doña Isabel que haya santa gloria, así para los dichos edificios y dotaciones, como para el gasto de mi persona y casa, del cual gasto yo me retruje todo lo que pude y viviendo pobre y estrechamente después que el Secretario, mi señor, murió y todo lo que había de gastar según lo que tenía y la honra en que estaba lo quise gastar en estas obras pías, y en otras más, más que en vivir honradamente como lo pudiera hacer. Y digo y declaro que con buena conciencia pudiera haber gastado mucho más en las dichas obras y lo he gastado en harta demasía con mis hijos. Así que mis nietos no tienen razón en quexarse de mí, antes me lo deben agradecer, porque confío en Nuestro señor les hará mucha merced en esta vida y en la otra […]»
Tenía razón en recordar a sus hijos que había sido generosa con ellos y que disponía para sus fundaciones de lo conseguido por sí misma, puesto que tuvo que vivir el dolor de que su primogénito, Fernán, le pusiera un pleito por unas casas que consideraba que lesionaban su mayorazgo; la intervención del rey Fernando amenazando mediante real cédula con la ira regia si su ahijado persistía en su actitud, prueba una vez más la estrecha relación de la corona con la que había sido colaboradora de la reina.
Un año después, en noviembre de 1535, moría Beatriz Galindo en el convento de la Concepción Francisca, donde residió casi los diez últimos años de su vida, vigilando la educación que recibían las jóvenes acogidas en su colegio. Está enterrada, por su voluntad, en el coro bajo, y no en el suntuoso sepulcro del Convento de las Jerónimas, como se creyó durante siglos. Sí parece corresponder a Beatriz Galindo la efigie que corona el sepulcro.
A estos elogios habría que añadir la independencia de Beatriz Galindo, que fundó mayorazgos, administró su hacienda, fundó hospitales y conventos y que, sobre todo, tuvo conciencia de haber conseguido su patrimonio mediante su trabajo y su esfuerzo. Si a eso unimos la importancia que concedió toda su vida al estudio y a la educación de las mujeres como forma de mejorar su situación, tendremos un perfil, aún pendiente de dibujar en su totalidad, de esta singular humanista.
Fuente: www.escritorasypensadoras.com