Cuando robamos aquel cuadro, jamás hubiéramos imaginado lo que poco después nos acabaría pasando.
Ahora, desde la cárcel y bastante lejos de la influencia de esa maldita obra de arte me dispongo a escribir en pocas líneas lo que ocurrió.
Yo formaba parte de una banda que se dedicaba a cometer pequeñas fechorías, hasta que nos enteramos de que nuestra ciudad albergaría una importante exposición, donde la joya de la misma era: «El retrato de la muerte», un cuadro valorado en una gran fortuna.
Uno de mis compañeros propuso robarlo y todos estuvimos de acuerdo. Tras elaborar un minucioso plan, sustrajimos el famoso cuadro la segunda noche tras la inauguración y después de ser conscientes de que teníamos esa fortuna entre nuestras manos, que nos haría retirar de ese mundillo, decidimos venderlo en el mercado negro. Pero no transcurrió ni un día tras el robo, cuando de forma misteriosa y desagradable, formas que no voy a explicitar en esta carta para no perturbar la tranquilidad del destinatario, sea quien sea, uno a uno, mis compañeros fueron muriendo. Y ahora a unos días de mi ejecución, confieso que soy inocente y estoy seguro de que fue ese cuadro maldito quien les arrebató la vida.
Nicolás Megías Berdonce