Este capitulo esta dedicado a Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camaguey, Cuba 1814 – Madrid 1873), Carolina Coronado (Badajoz 1823 – Lisboa 1911) y Robustiana Armiño (Gijón 1821 – Madrid 1890). El mundo romántico y melancólico de la España del siglo XIX, en plena trepidación bélica e industrial, es el marco histórico de unas mujeres poetas, dramaturgas en ocasiones, siempre escritoras, que desarrollan su talento y sus dones entre la corte y las capitales de provincia, en medio de matrimonios y amores fallidos pero sinceros y pasionales.
No era un fantasma. Vestía un traje negro y empuñaba el arma. Se acercó a Él, semblante decidido,a acabar lo que empezó. Él temblaba, no podía creer lo que sus ojos veían.
Aquel hombre fantasmagórico iba a apretar el gatillo con decisión.
De repente, un disparo.
Él se miro de arriba abajo, después miró al frente y vio como aquel fantasma caía al suelo.
En ese instante entre la niebla apareció ella, la mujer más hermosa que había visto jamás, la misma mujer por la cual días antes Él, con aquella arma, y aquel hombre de aspecto fantasmal se habían batido a duelo. Pero esta vez decidió ella.
Si alguna vez soñaras
que vienes a buscarme,
es lícito que sepas
que tengo dos heridas
y un grito de dolor,
tres caprichos azules
y esa loca esperanza
que habla de amor.
En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta.
Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire. Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca.
Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.
«La cocina en su tinta» es una exposición que estará abierta hasta el próximo 13 de marzo y que repasa la historia de la gastronomía desde la Edad Media hasta nuestros días.
"...gigante negro hacia el ocaso grana…”,
Juan Ramón Jiménez
Entre las olas se mece tu nombre
bañado en sal y cielo:
codicia de la piel desde la orilla,
desmedida distancia
como espada clavada entre mis ojos,
minutero de mar
que deshace tus sílabas de hielo
en la corriente amarga
de las horas. Ocaso. Mar en calma.
Te alejas. A Poniente.
¿Te devolverá a mí el reloj de arena?