A todos los discapacitados. Gritad conmigo.
Desprecias mi cuerpo ajado y mi mente inconclusa, mis pies deformes que no me sostienen, mi risa de inocente incontrolado. Te avergüenzas de mis babas rosadas en mis labios pálidos de una muerte avanzada, tuerces tu mirada obtusa si ves que mis palabras no gotean como las tuyas o quedan en gestos mis versos blancos. No escuchas el lamento de mis ojos vacíos que claman el fulgor de las estrellas, desesperado afán, inútilmente, ni ves como leo tus hipócritas serpientes que no perforan mis tímpanos mudos. Siembras trampas, traidor, a mi paso vacilante que impiden el arroyo de mis días. Buscas tu suerte en mi quebrada recta que se inclina humilde mirando el suelo y sueña tulipanes de tu mano. ¡Desprecias tantas cosas en tu inepcia! Pero te olvidas, a sabiendas, razones tienes para un olvido voluntario, olvidas que la misma torpe arcilla nos compone con única receta, y que tú también, en servil silencio, alma tarada, transportas tu silla.
Retamar, enero de 2007